Un día en la playa by Heere Heeresma

Un día en la playa by Heere Heeresma

autor:Heere Heeresma [Heeresma, Heere]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1962-01-01T00:00:00+00:00


STORY

LA Scala Martin sonó tres veces, luego tocó como siempre un soberbio solo con sus campanas más importantes. El triple hurra de los ciudadanos siguió espontáneamente como muestra de agradecimiento. Un suspiro que se elevaba partiendo de las casas y de los parques y que sobre la ciudad se mezcló con el estruendo de los aviones que pasaban a escape.

Poco después se puso en movimiento el ruidoso mecanismo que hacía representar a los muñecos de las terrazas más bajas de la catedral, a veinte metros sobre la plaza, su lucha, que se había hecho famosa. Cientos de turistas se empujaban y miraban fijamente hacia lo alto, donde tenía lugar la horrible lucha entre campesinos y nobles. Los campesinos eran de madera y mucho más numerosos; nobles había menos, pero en cambio eran de hierro. Los dos grupos se acercaron impetuosamente uno a otro: los campesinos agitaban guadañas y martillos (como se veía: armas pesadas en manos de aquellos que podían manejarlas), los nobles otras más dignas; sólo sus caballos se encabritaban como si quisieran apresar al sol con sus arneses.

En la plaza se empujaban sudorosos turistas que se dividieron claramente en dos partidos, aunque el resultado del encuentro hacía siglos que estaba fijado. La representación era tan real que tenía que entusiasmar a casi todo el mundo; algunos esperaban incluso un milagro. Los campesinos empezaron a atacar a los nobles, que por su parte sólo pusieron mano al puño de sus espadas; un gesto más bien, un saludo lleno de desprecio; no las desenvainaron para defenderse contra los zopencos. Entonces se mostró también que los campesinos eran mucho mayores que los caballeros sobre caballos. Visto bajo esta luz, los nobles eran verdaderos héroes que no se rebajaban ni siquiera a realizar un gesto de defensa, sino que sucumbían en silencio.

Del grupo de turistas se elevó un suspiro masivo y cuando se esparcieron flores blancas y rojas desde uno de los tornavoces, muchos no pudieron seguir reprimiendo su emoción mientras que otros, hombres de mediana edad en su mayor parte, se quedaron con la vista fija. Esta representación era uno de los espectáculos que atraían a la ciudad a miles de turistas todas las temporadas. Y también a los habitantes de la ciudad les gustaba reunirse en gran número los días de fiesta en la plaza de la Scala Martin, subirse los niños sobre los hombros y comer el pastel de almendras que vendían por docenas en unas carretas en las calles laterales. Esos habitantes de la ciudad fueron quienes miraron, primero consternados, hacia el cielo cuando de manera repentina apareció el pez. Sí, eso no formaba parte, aún no había formado parte jamás. Y mientras los turistas, que ya abandonaban la plaza, volvían una vez más la cabeza y aplaudían efusivamente por esa pieza fuera de programa, los primeros ciudadanos corrían a las cabinas telefónicas e informaban acerca de una cosa, un animal, un pez, que flotaba sobre la catedral.

También en otras partes de la ciudad se veía el pez,



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